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La historia de Action Park, el parque acuático más peligroso del mundo

 


Hubo una vez en la que existió un parque acuático que se enorgullecía de ser el más peligroso del mundo: Action Park. Un lugar sin reglas, sin garantías de seguridad y sin límites que acumuló decenas de accidentes durante sus años en funcionamiento. Las autoridades siempre miraron hacia otro lado y paradójicamente, el motivo por el que acabó echando la persiana fue económico



Corrían los finales de la década de los 70 cuando un empresario, Eugene Mulvhili, impulsaba la apertura de Action Park en Vernon, un pequeño municipio montañero de Nueva Jersey. Se trataría de un complemento al complejo de esquí Vernon Valley, también propiedad de este corredor de bolsa, con el que aprovechar la temporada de verano con una actividad complementaria. La visión de este señor consistía en crear un lugar donde el visitante pudiera montar en las atracciones explorando sus límites y sin prácticamente ninguna regla. Esto encaja perfectamente con la clásica concepción cultural americana, en auge por esa época, que promueve la libertad individual, el optimismo y la no intervención gubernamental como forma de vida democrática y próspero. En un país donde todo parecía ser posible, miles de jóvenes se vieron atraídos por esa promesa de peligro real que llevaba Action Park por bandera. 

Alcohol, trabajadores inexpertos y atracciones inseguras, un cóctel explosivo

En 1978 el parque abría sus puertas modestamente, con únicamente dos alpine slides (descensos en trineos por un canal de hormigón construído sobre la montaña), varios toboganes y una pista de karts. Dos años después el parque ya contaba con tres áreas temáticas: Alpine Center, una zona montañosa con trineos y toboganes montañosos; Waterworld, la zona de toboganes acuáticos y Motorworld, con atracciones motorizadas con vehículos. En su momento de mayor apogeo el parque llegó a contar con más de 75 atracciones, que tras una inocente apariencia inofensiva escondían fallos en el diseño y carencias en los protocolos de seguridad que culminaban en decenas de visitantes heridos e incluso algunas muertes.



Sumado a que las atracciones eran experimentales y tenían bastantes fallos de seguridad, los encargados de velar precisamente por ella eran jóvenes adolescentes en su mayoría contratados por el parque sin ningún tipo de formación. Testimonios de la época dicen que eran comunes las novatadas entre los socorristas y el consumo de alcohol. La mayoría de los trabajadores eran críos imprudentes que todavía no habían salido de la pubertad. Se habla también de que una vez cerraba el parque por la noche hacían fiestas clandestinas haciendo uso indebido de las instalaciones. Pero no eran los únicos en consumir alcohol, ya que se distribuía libremente a los clientes sin importar que fueran menores de edad. Este cóctel explosivo entre fallos de diseño, empleados inexpertos y alcohol hacían que las atracciones fueran caldo de cultivo para las lesiones. Pese a todo, el parque era muy exitoso, siendo una alternativa muy popular al ya exitoso por aquel entonces Six Flags Great Adventure.

Un Lejano Oeste adolescente donde todo estaba permitido

Pese a que se registraron seis muertes confirmadas y miles de heridas durante los casi veinte años de funcionamiento de Action Park, apenas hubo intervención gubernamental en Action Park además de alguna pequeña sanción económica y citaciones judiciales que siempre acababan saldadas a favor del parque. Era tanta la influencia política del dueño del parque y la inyección económica que suponía para la región que el gobierno prefería hacer la vista gorda. Esto era una muestra de cómo de patriarcal y clasista era el sistema político y judicial estadounidense, cuyos efectos vemos todavía a día de hoy. Muchas veces las lesiones se solventaban ofreciendo a clientes accidentados pases gratis para volver otro día al parque o echándoles la culpa por un mal uso de las instalaciones. Además, los socorristas solían actuar en modo heterobásico unga unga, involucrándose en peleas con visitantes, cubriéndose las espaldas unos a otros o vacilando a los clientes. Testimonios de la época cuentan incluso que solían comer en lugares estratégicos con vistas a algunos de los toboganes más peligrosos del parque, donde seguramente ocurriría algún accidente durante la comida. Todo esto demuestra la masculinidad tóxica que desprendía este lugar, una especie de Lejano Oeste sin ningún tipo de autoridad adulta o con neuronas al mando.



Finalmente el parque tuvo que echar la persiana, al menos tal y como estaba concebido, en 1996. Después de casi veinte años de funcionamiento y arrastrado por motivos económicos, Action Park fue vendido. Simbólicamente resulta paradójico que un parque que registró tantas irregularidades y accidentes no cerrase por una orden judicial tras casi dos décadas, sino porque los costes de los seguros y demandas legales de las víctimas llevaron a la empresa a la quiebra financiera. El parque abrió dos años después de la mano de otro propietario con nuevas atracciones mucho más seguras y con nuevos protocolos de seguridad. Para borrar la mala fama que adquirió durante su etapa como Action Park se renombró como Mountain Creek Waterpark. En 2014 la familia Mulvhili, propietaria original del parque, volvió a adquirirlo y a bautizarlo como Action Park, aunque obviamente con unos estándares de seguridad actuales y sin rastro del descontrol de los primeros años del parque. En 2016 se volvió a usar Mountain Creek Waterpark como nombre del recinto y así continúa en la actualidad, funcionando pero sin rastro de las atracciones y la sensación de inseguridad que lo hizo mundialmente conocido.

Esta inacción judicial y política, además de por la influencia de los propietarios con el gobierno local, se explica con el vacío legal de la época en materia de seguridad en parques acuáticos. En la época no existía un órgano que velase por el cumplimiento de medidas de seguridad en parques de atracciones estadounidenses, limitándose más a vigilar ferias y recintos ambulantes. Después del estallido de lo sucedido en Action Park se fortalecieron las medidas y la vigilancia en parques de todo el país y la legislación se endureció. También es importante destacar que para no pagar una compañía de seguros, cuyo coste hubiera sido inasumible viendo lo que se cocía dentro de Action Park, Eugene Mulvhili creó su propia compañía en las islas caimán, que por supuesto era un completo fraude y su única función era dilatar los plazos de apelación de las víctimas y culminar en juicios que por las influencias políticas rara vez daban la razón a los visitantes. Aunque por muchos años esto fue rentable, llegó un momento que el peso del dinero y de la ley acabaron recayendo sobre el parque y su situación financiera.


Las atracciones más peligrosas de Action Park



El Alpine Slide consistía en un canal de cemento y fibra de vidrio por el que unos trineos con ruedas y frenos controlados por el usuario bajaban a toda velocidad por curvas serpenteantes. Esta fue, de hecho, la primera atracción de la historia de Action Park. Los vehículos no respetaban la distancia de seguridad, lo que a veces culminaba en choques y accidentes. Sin embargo, lo que acrecentaba la peligrosidad de esta atracción era el mal funcionamiento de los frenos. Mientras que algunos trineos tenían los frenos bloqueados y avanzaban a velocidad de tortuga, otros tenían los frenos rotos y bajaban sin control. Los impactos se acrecentaban y eran comunes los descarrilamientos, fracturas de huesos, conmociones craneales y quemaduras por fricción con el cemento. Se calculan al menos 26 heridas graves en la cabeza y 14 fracturas de huesos, aunque seguramente hubieron cientos y cientos de heridas no documentadas. El 8 de julio de 1980 se reportó un accidente mortal debido al choque de un visitante con una roca localizada junto al recorrido. El parque negó los hechos y declaró que el fallecido era un trabajador.

El Cannonball Loop fue y sigue siendo icono del extremo peligro y descontrol que encarnaba Action Park durante sus años de vida. Se trataría de la primera atracción acuática del mundo en poner al visitante cabeza abajo en el recorrido. La atracción comenzaba con una caída abrupta y continuaba con una inversión de 360 grados , imitando a los loopings verticales que las montañas rusas pusieron de moda en los años 80. Cuenta la leyenda, de hecho, que Eugene Mulvhili diseñó la atracción en una servilleta de bar, lo que hacía indicar que las garantías estructurales de seguridad del tobogán no serían muy boyantes. Alrededor de 1983 comenzaron las pruebas con maniquís, que en muchas ocasiones acababan destrozados o decapitados en el otro extremo del recorrido. Tras muchos ajustes, se determinó que era apta para las pruebas con humanos. Como nadie quería montarse por el miedo que infundía la estructura, el parque ofreció 100 dólares a todos los empleados que se ofrecieran a probarla. Los primeros voluntarios acabaron con varios dientes rotos y la nariz rota, evidenciando que la atracción lo que se dice segura… no era. Se añadió acolchado en la parte interna del tobogán y aún así los nuevos voluntarios acabaron con cortes inexplicables, presuntamente achacados a los dientes de los primeros pasajeros, que se quedaron encajados en las ranuras del tobogán. En 1985 abrió al público durando solo una temporada abierta por múltiples contusiones, heridas y narices rotas. La gente no subía para divertirse, sino para poder jactarse de haber sobrevivido y chulearse con sus amigos y familiares.


Os preguntaréis, ¿cómo puede ser que una inofensiva piscina de olas fuese el caldo de cultivo de lesiones y ahogamientos? Pues en Action Park, hasta un simple baño en la piscina era peligroso. Tened en cuenta que una gran parte de los visitantes estaba trifásico, que las olas medían más de un metro de altura, que al tratarse de agua dulce era difícil flotar en la piscina y que no había control de aforo. El agua se convertía en una trampa mortal de la que era difícil salir indemne. Los socorristas cuentan que esta era una de las peores zonas del parque para trabajar, ya que habían ahogamientos de forma continuada cada hora. Se comenta que a los novatos los ponían a controlar esta atracción, acabando impactados y traumado y dimitiendo en cuestión de horas. Tener que saltar constantemente a rescatar a visitantes ahogándose era psicológicamente y físicamente agotador. Además, el fondo de la piscina estaba pintado de un color oscuro que dificultaba la visibilidad. Eso sumado a que el agua estaba turbia y que la profundidad era de casi 3 metros de altura llegó a provocar hasta 3 fallecimientos en la que se conocía como la piscina tumba.



La siguiente atracción es el salto de tarzán, que parecía muy fácil y segura desde fuera pero que tenía su trampa. Se trataba de una cuerda situada sobre una estructura de varios metros de altura donde los visitantes se podían zambullir sobre un lago. Todo fácil y todo apto para la familia, hasta que reparamos que el agua estaba a solo 10 grados de temperatura, es decir, muy muy fría. Varios visitantes desarrollaron un shock térmico por el cambio de temperaturas y se registró un fallecimiento en 1984. Aunque esto era más embarazoso que peligroso, era común ver visitantes que perdían el bañador durante el salto por la intensidad que tenía. 



En la misma piscina había también una zona rocosa situada a gran altura desde la que saltar al agua. Todo normal, todo chill hasta que una vez más nos acordamos que el 99% de visitantes y socorristas eran sacos de hormonas andantes bajo la influencia del alcohol. Sumado a lo que ya hemos comentado de lo fría que estaba el agua, el fondo de la piscina era oscuro, lo que a veces impedía ver si había algún visitante situado en la zona de impacto en el agua. Esto hacía que en ocasiones los saltadores impactaban sobre otros visitantes que todavía estaban en el agua. Para los socorristas era además complicado llevar a cabo los rescates porque la oscuridad del agua hacía que no se viese el fondo. Años después se pintó de un color más clarito, pero claro… ya era demasiado tarde. Como guinda de pastel, muchos visitantes llegaban hasta lo alto de la roca de salto escalándola en una peligrosa maniobra fácilmente evitable usando el camino que rodeaba la piscina y que conducía al mismo destino.


Otra atracción muy recordada es Kayak Experience, que no tuvo una vida tan larga como otras de la lista porque un accidente precipitó su cierre. Por tanto, no hay muchas imágenes que la documenten. Se trataba de un recorrido acuático a bordo de piraguas con un sistema que imitaba las aguas bravas. Como el lago donde se hacía la actividad no tenía ningún tipo de pendiente el parque construyó un entramado de ventiladores submarinos que creaban corrientes que generaban los rápidos. Dentro del temerario contexto de Action Park esta atracción podía parecer incluso inocua. Pero claro, un día alguien se cayó de su barca, tocó con el pie un conducto eléctrico de uno de los ventiladores sumergidos… Y ya sabemos el final de la historia, muerte por electrocución. Esta atracción no producía submecanofobia, sino que era la mismísima submecanofobia hecha atracción.

Atracciones demenciales que no llegaron a abrir

Pero contemos la historia completa… Lo cierto es que la gestión de Action Park no fue tan kamikaze y suicida como podría parecer, ya que tuvieron la decencia de desechar atracciones que claramente serían demasiado peligrosas como para llegar a abrir sus puertas al público. Por ejemplo, se llegó a construir un segundo tobogán alpino donde los visitantes descenderían metidos en una gran bola de metal parecida a… una cámara de tortura. La idea sería que bajaran sinuosamente por la ladera de la montaña en un recorrido cerrado. Durante las pruebas, que se llegaron a hacer con un voluntario, la bola descarriló, rodando libremente en medio de todo el monte hasta llegar a la carretera que colindaba con el parque, interfiriendo con el tráfico en una escena surrealista digna de alguna película protagonizada por Adam Samler. También se llegó a construir una pista de skateboarding tan mal diseñada que en sus primeros días de funcionamiento se saldó con infinitas fracturas y rasguños. El parque cubrió todo con un montículo de tierra y fingió que nunca nada de eso había existido. 



También habían tres pistas de ríos rápidos que descendían la montaña. Los recorridos eran muy muy locos, con bajas y curvas impensables. Uno de los tres toboganes tenía incluso un extraño elemento que consistía en un vortex que acababa en un túnel submarino con una muy inclinada pendiente. El problema, más que estructural, era que muchos usuarios hacían mal uso de las instalaciones empujando a las balsas en las curvas para tratar de salirse del carril o chocar contra otras embarcaciones. Al parecer siempre había un graciosillo de turno que se encargaba de ir volcando balsas de otros visitantes, lo que a veces acababa en peleas, discusiones o lesiones. También eran habituales las roturas de nariz por la rudeza de las curvas. Que las balas muchas veces estaban hinchadas por debajo del nivel recomendado o que había mucho menos personal del necesario para vigilar la atracción tampoco ayudaba. Para más inri, apenas se guardaba distancia de seguridad entres las barcas en el inicio del recorrido y los choques y atascos eran comunes. Hoy en día estas atracciones siguen abiertas al público, pero con muchas más precauciones de seguridad.


El actual Action Park ha modernizado sus infraestructuras


Y el resto de la historia se cuenta sola. Solo bastantes años más tarde del cierre de Action Park hemos tomado conciencia de forma colectiva sobre la cantidad de irregularidades que se llevaron a cabo sobre sus años de funcionamiento y que poner límites en materia de seguridad en los recinto de ocio no es ni una vulnerabilidad a la libertad democrática, ni perversión, ni comunismo. En 1996 fue vendido a otro propietario que rebrandeó el parque aumentando los estándares de seguridad y tirando muchas antiguas instalaciones abajo. 





Tras muchos vaivenes hoy el parque opera bajo el nombre de Mountain Creek Waterpark y con atracciones vanguardistas y con las máximas garantías de seguridad. No obstante, hay guiños a la época más convulsa del recinto, por ejemplo conservando los diferentes rápidos de los primeros años del parque como he comentado antes. En las últimas temporadas también han abierto adaptaciones de algunas de las atracciones más polémicas de Action Park, como los cannonball o los saltos de tarzán. Eso sí, esta vez con diseños que garantizan que lo que pretende ser un día diferente y divertido en un parque acuático no se convierta en una pesadilla. El legado de Action Park ha seguido vivo a través de innumerables entrevistas, testimonios y documentos que aún a día de hoy arrastran las cicatrices de los locos años de los 70 estadounidenses. Se llegó incluso a producir un documental viral llamado Class Action Park para la plataforma HBO y una película parodia llamada Action Point que muestra muchas de las atracciones del parque.