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Tras las huellas de Sami: Sea Odyssey (Parte I)

 


¡Bienvenido explorador! Hoy analizaremos a fondo toda la historia y los secretos de Sea Odyssey, ese mítico submarino que aterrizó en un ya irreconocible Universal Studios Port Aventura en el año 2.000. ¿Me acompañas tras las huellas de Sami y el Seafari?





Año 1999. Comienza la efímera pero siempre glorificada era Universal en el hasta entonces conocido como Port Aventura. Tras haber adquirido el 37% de las acciones del accionariado del Busch Gardens europeo, la multinacional estadounidense toma la gestión del parque solo un año después. La revolución sería brutal y traería de la mano lo que para muchos fueron los años más dorados y mágicos del parque. Universal quería claramente conquistar Europa y para ello no escatimó en gastos: licencias de la casa, nuevos hoteles, un nuevo parque acuático puntero, fiestas temáticas y espectáculos al más puro estilo de Hollywood. El parque crecía a un ritmo exponencial y las expectativas puestos sobre él lo llamaban a competir en la primera liga europea. 






En medio de este panorama, cabe destacar que el lineup de rides de PortAventura en estos primeros años distaba mucho del modelo americano que tantas alegrías le había dado a Universal en sus parques patrios. Si bien la tematización y dirección artística era realmente magistral, la colección de coasters y rides era más propia de un Busch Gardens a la europea. El buen clima, las altas temperaturas y los numerosos días de sol de Tarragona propiciaron la creación de un parque abierto, lleno de atracciones de agua y rides al aire libre. Era un concepto un tanto conservadurista, sin dark rides o grandes artificios, pero jugaba francamente bien sus cartas. La exquisita ejecución de la propuesta que PortAventura trajo, complementada por una tematización nunca antes vista en España, lo colocó como un producto alabado por público y crítica. Sin embargo; a la multinacional cinematográfica le surgieron algunas preguntas… ¿Dónde quedaba el sello Universal? ¿Dónde quedaban esas experiencias 360 que lograban transportar al visitante a mundos paralelos de ficción? Así, en 1999 comenzaba la construcción de Sea Odyssey, la primera obra faraónica de Universal Studios Port Aventura.





UN INSTITUTO MARINO PERDIDO EN POLYNESIA

En mitad de la frondosa vegetación y las cascadas de Polynesia se escondía el Institut Oceanique, un centro oceanográfico secreto. Tras un sinuoso camino de rocas y maleza, los visitantes penetraban en un conjunto de instalaciones inquietantes que les llevarían a surcar los mares a bordo del Seafari. El viaje a bordo del submarino, tranquilo al principio y frenético en su último tramo, llevaba a sus tripulantes a una expedición en busca de otro Seafari desaparecido. El encargado de guiarles sería Sami, un simpático delfín capaz de comunicarse con los humanos gracias a un artilugio desarrollado por el instituto marino. La aventura da un viraje de 360 grados con el ataque de una gran criatura oceánica que desestabiliza al submarino hasta romper su depósito de combustible. Efectos sonoros, de lluvia, de iluminación y bruscos movimientos hacían de empaque de una experiencia multisensorial única para la época. Sea Odyssey era algo novedoso y único para un público español que no había conocido todavía atracciones tan atmosféricas y teatrales como esta. La línea entre la realidad y la ficción muchas veces se difuminaba.


Imagen: Mike Yager Design



Repasemos mi ya tradicional guión descriptivo improvisado:


Los rumores parecían ser ciertos. La tranquilidad de la refrescante Polynesia escondía algo oculto que jamás hubiera llegado a imaginar. Los volcanes, las palmeras y los hibiscos que poblaban los fértiles bosques de la zona chocaban con una misteriosa montaña pétrea cuya cima emanaba transparentes aguas. Las leyendas más enrevesadas aseguraban que ese espectáculo de belleza virgen era la tapadera de un centro oceanográfico subterráneo oculto tras las cascadas de Polynesia. Un cartel que anunciaba una jornada de puertas abiertas me empujó a penetrar el vientre de las cavernosas montañas y descender hasta los confines de ese universo paralelo. Un laberíntico camino que dibujaba la propia orografía de la montaña me condujo por un trazado que poco a poco se hacía más angosto y oscuro. La propia sedimentación de la roca dibujaba unos ventanales por los que penetraban chispeantes gotas de las cascadas montañosas. Finalmente, llegamos a un alto habitáculo que conectaba con una gran sala a través de una imponente puerta metálica acorazada. No cabía duda, estábamos en ese siniestro instituto marino del que tanto había escuchado hablar.


Imagen: Mike Yager Design



La estancia era amplia y desprendía un aire industrial. Aunque estábamos en un lugar desconocido, la atmósfera que se respiraba era de calma y normalidad. Avanzábamos suspendidos unos 3 o 4 metros en el aire a través de unos andamios metálicos. A nuestros pies, agua. La fría iluminación de la sala apuntaba hacia una pieza central que rápidamente robó todas nuestras miradas. Era un gran submarino amarillo que permanecía colgando del techo a través de unos gruesos cables grises. Parecía que esa oculta institución a la que estaba accediendo no sólo se dedicaba a estudiar especies marinos, sino a recorrer los océanos en busca de ellas. Junto a la embarcación había un pequeño y tierno robot de ocho brazos llamado Octobot. El curioso instrumento se apresuraba en arreglar unas grietas producidas por lo que parecía el ataque de un tiburón. Me asomé de nuevo por la barandilla para volver a tantear las aguas que corrían bajo mis pies. Aunque fuera hacía un día tranquilo, la agitación de una gran boya roja en lo más profundo de la caverna me advirtió de la tempestividad de esas corrientes subterráneas.


Imagen: Mike Yager Design



Sigo avanzando por la pasarela hasta que la estancia se cierra y quedó atrapado en un pasillo cilíndrico de aspecto industrial. Un enjambre de pantallas y láminas muestran planos, cartas de navegación y bocetos de otro de los submarinos que parecía tener en posesión la flota de ese instituto.  Pisando con sigilo el inestable suelo metálico entré a una nueva sala más espaciosa. Un gran ventanal transparente que parecía ser un acuario llamó la atención de todos los que estábamos allí presentes. Los monitores se encendieron repentinamente y a través de ellos apareció la Dra. Sara Medusa. La biotecnóloga nos explica los propósitos del Institut Oceanique y aprovecha para presentarnos uno de los últimos inventos de su laboratorio, un arnés traductor para delfines. De repente, un simpático y tierno delfín con uno de estos artilugios desciende por el tubo cilíndrico que tanto nos había llamado la atención al entrar a la sala. ¡Era increíble! Podíamos entender lo que nos quería decir. Lamentablemente, las noticias no eran buenas. El mamífero había reparado en la desaparición de uno de los submarinos Seafari del instituto. La misión era nuestra: la Dra. Medusa y el director del instituto, Julius Alga, nos necesitaban para llegar hasta el fondo del asunto.



Las puertas se abrieron y nos distribuimos en las dos salas de embarque con las que contaba el instituto. Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta. La embarcación se erigía imponente ante mí, flotando sobre unas aguas que los metros y metros de pasarela metálica ocultaban. Un gran entramado férreo de cables y planchas hacía de coraza del Seafari que nos llevaría hasta los confines del océano en busca de su hermano perdido. Un intermitente sonido industrial indicaba que el submarino estaba siendo cargado de combustible con el que poder desarrollar exitosamente nuestra misión. Antes de tener la osadía a dar marcha atrás y abandonar la misión, las escotillas se abrieron y nos invitaron a entrar al Seafari. La aventura estaba a punto de comenzar.


Imagen: Mike Yager Design



El exterior no hacía justicia a la amplitud del interior. Jamás había tenido la oportunidad de observar con mis propios ojos cómo era un submarino por dentro, pero aquello sobrepasó completamente mis expectativas. En total cabíamos 80 tripulantes, distribuidos en cuatro sectores de asientos que enfocaban hacia una misma dirección, un gran ventanal transparente. A la espera de que la embarcación arrancara y se sumergiera bajo las rocas, lo único que alcanzábamos a ver desde el ventanal era una puerta metálica cerrada herméticamente.


Imagen: Mike Yager Design



El comienzo fue frenético. Bajó las órdenes del capitán Mario y con la mirada puesta en nuestro guía Sami, comenzamos a discurrir entre estructuras metálicas y un laberinto de columnas de piedra. Por el camino, de hecho, nos cruzamos con el submarino que transportaba a nuestros compañeros que habían embarcado en la sala contigua. ¿Conseguiríamos alguno dar con el Seafari desaparecido? El bucólico viaje entre peces y arrecifes no tardó en torcerse. Pronto detectamos la presencia de una primitiva criatura marina de grandes dimensiones con forma de lagarto. No parecía ser amigable. El animal propició un intento de ataque a nuestro querido Sami, lo que inició una acelerada huida. Estábamos acorralados en los restos de lo que a nuestros ojos era un barco naufragado. Cañerías, ventanas, pequeños rincones… cualquier lugar era bueno para escondernos y esquivar los ataques de la bestia. 

Cuando todo parecía perdido, dimos con la cola del Seafari extraviado. No cabía duda, esa terrible criatura era la responsable de la desaparición de la embarcación. Tras otra frenética persecución, el monstruo mordió con fuerza la cola de nuestro propio submarino. Todos los allí presentes nos cogimos las manos con fuerza. ¿Sería ese nuestro fin? ¿Nos quedaríamos hundidos perdidos a nuestra suerte en ese buque abandonado? El capitán Mario indicó que debíamos huir pero… ¿cómo? En una maniobra rápida y arriesgada, nos deshicimos de la cola de nuestro Seafari, que quedó atrapada entre los dientes de la fiera. Como consecuencia, nuestro depósito de combustible explotó, catapultándonos a gran velocidad hasta lo más alto de la superficie. Los sensores no respondían y todas las alarmas se habían activado. El agua del océano se filtraba entre las grietas de su coraza metálica horrorizando a todos los presentes.


Imagen: Mike Yager Design



Por fin vimos la luz. Salíamos a la superficie. Como si de una olla a presión se tratara, nuestra embarcación emergió del agua hasta quedar a suficiente altura como para vislumbrar toda la bahía. Como mínimo, unos 20 metros debían separarnos hasta impactar de nuevo en las aguas del océano. Debíamos prepararnos pues el choque sería colosal. 


Una fuerte zambullida en el agua sacudió de nuevo toda nuestra nave. Pasado el susto inicial, nos dimos cuenta de que el monstruo que tanto miedo nos había hecho pasar había perdido nuestra pista. La tormenta había pasado. De pronto divisamos unas embarcaciones de rescate. Venían a por nosotros y a por el Seafari 1, que surcaba errante a falta se su cola. Habíamos completado la misión y salido airosos de una de las mayores aventuras de nuestras vidas. 


Imagen: Mike Yager Design



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Bajo mi punto de vista, la mayor baza que justificó el tremendo éxito de Sea Odyssey desde su apertura fue su autenticidad. La cuidadísima inmersión y fidelidad al guión argumental hicieron de esta ride un game changer para la época. Dice la hemeroteca que cuando los hermanos Lumière proyectaron la primera película de cine en 1895 todo el público de la sala huyó despavorido de sus asientos ante el realismo de las imágenes. Se trataba de la llegada de las imágenes en movimiento a gran escala, lo que sobrepasaría con creces los estímulos conocidos hasta el momento. La simple imagen de un tren llegando a una estación horrorizó a los espectadores hasta el punto de que creían que de verdad iban a ser arrollados. En la actualidad esto sería impensable… hace tiempo llegó el HD, ahora el Ultra HD, la realidad virtual está a la orden del día.  Cada vez somos menos sugestionables y nos cuesta más trasladarnos a realidades paralelas. Creo que pasa algo parecido con el caso de Sea Odyssey. Puede que los estándares de nuestra época no nos dejen verlo, pero la llegada de una ride de esas características supuso un antes y después en la España de los años 2.000.


AUTENTICIDAD Y VERDAD


Echemos la mirada atrás. Desde su apertura en el año 1.995 PortAventura apostó por un modelo de entretenimiento diáfano. El encanto temático que ofrecía el parque se desgranaba recorriendo sus áreas temáticas y viviendo en primera persona sus historias. Las atracciones no necesitaban llevar a sus pasajeros a mundos paralelos, puesto que el parque ya era por sí solo uno. Universal quiso llevar este concepto un paso más allá… crear experiencias que fuesen más allá de una flat o una coaster en un entorno de ensueño. Se trataba de crear un microuniverso dentro de Polynesia en el que la fina línea que separaba la ficción de la realidad no pudiera ser percibida. 


Imagen: Martinez Monje



Todo en Sea Odyssey era convincente desde su conceptualización hasta su ejecución. Recuerdo con cariño ese septiembre de 2008 en el que visitaba el parque por primera vez con mi familia. Cuanto más nos adentrábamos en las entrañas del Institut Oceanique más nos costaba diferenciar entre lo que era verdad de aquello de lo que no lo era. Los ruidos, el agua que corría bajo nuestros pies, la iluminación, las puertas acorazadas… creíamos que estábamos entrando en unas instalaciones de máxima seguridad y que aquello no era un juego. Recuerdo con cariño las palabras de mi madre: “¿Estaremos de verdad bajo el agua? El mar está a pocos kilómetros de aquí y hemos bajado bastante”.


Os invito a transportaros a esa época donde todavía el vapor de agua invadía los viales de Polynesia mediante esta pieza de los primeros días de vida de la ride.





LA GESTACIÓN DEL SEAFARI


A finales de 1.998 el parque pone la maquinaria en marcha para que Sea Odyssey se acabe materializando. Se trataba de un proyecto de producción interna por parte del propio Universal Creative, subdivisión del mismísimo Universal Destination & Experiences. Al frente de la creación de la historia que envolvería la atracción se situó un curtido equipo de guionistas y creativos de Hollywood. Para dar vida a los planos, guiones y entresijos técnicos se subcontrató a una serie de empresas, entre la que destaca por ejemplo My Design. La figura clave en la gestación de Sea Odyssey fue Craig Hanna, actual CCO del afamado mundialmente Thinkwell Group. Un genio que posteriormente firmaría productos como Templo Del Fuego en el mismo PA o los mundos de Harry Potter en Universal Studios. Su filosofía lo decía todo: “una buena atracción debe ofrecer experiencias y sensaciones que el visitante no siente en su día a día”. Como curiosidad, la atracción inicialmente se llamaría “Seafari”, aunque eventualmente se bautizó como la conocemos, Sea Odyssey.


Imagen: Martinez Monje
Imagen: Martinez Monje





La fase de construcción fue rápida, eficaz y limpia. Comenzó en Julio de 1999 y culminó solo diez meses después. La atracción abría así sus puertas en un lluvioso día 10 de mayo del 2.000. Sea Odyssey había costado más de 27 millones de euros y presumía de contar con el primer sistema de retroproyección electrónica de 70 milímetros. La ceremonia de inauguración fue planeada para ser apoteósica, aunque las inclemencias meteorológicas se opusieran. La actriz Bo Derek, el especialista de Hollywood Mark Vanslow y los reyes de España fueron los principales reclamos de un acto ante más de 150 periodistas acreditados. 


Imagen: Martinez Monje



A modo de últimas curiosidades, Craig Hanna se inspiró en la película Abyss para diseñar la ambientación de la ride. Además, ante el éxito que se preveía se decidió duplicar la capacidad de de los simuladores (1600 pp/h) creando una doble pasarela de embarque. 


Imagen: Martinez Monje

Imagen: Martinez Monje



Con el fin de que tanta miga no resulte tediosa, os emplazo a seguir conociendo la fascinante historia de Sea Odyssey en un futuro artículo final. ¿Qué relación une el Institut Oceanique con Acacias 38? ¿Cómo fueron los últimos años del Seafari? ¿Sabías que la ride se inspiró de una atracción espejo de Japón?






 


Me despido con la magistral BSO de nuestro querido SO. Hasta la próxima y gracias por explorar juntos.


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