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Especial Roller Coaster Day: El día que dominé al dragón y surqué los cielos del Himalaya


Estimados lectores, os deseo a todos un feliz Roller Coaster Coaster con un día de retraso. De entre todos los hitos que se podrían haber elegido para conmemorar una fecha señalada en la que celebrar una de las señas insignia de nuestra afición se escogió la patente del primer "loop". El 16 de agosto de 1898, el inventor Edwin Prescott patentó el primer modelo de looping vertical conocido hasta la fecha. Las montañas rusas, estructuras donde unos pasajeros seguían un recorrido de subidas y bajadas guiados por las leyes de la física, jamás habían incluido un elemento que pusiera a sus vehículos del revés. Así nació "Loop The Loop", la primera montaña rusa en contener un looping vertical. Con el paso de los años, la industria de la montaña rusa evolucionó introduciendo nuevas técnicas, avances en diseño y nuevos elementos que desafiarían la realidad. La forma del looping vertical evolucionó atendiendo a argumentación física, pasando de su casi perfecta circularidad a un trazado algo más ovalado, posiblemente parecido a la forma de una lágrima. En estos más de cien años son muchos los gritos, memorias y buenos ratos que encierra el inabarcable mundo de las montañas rusas.




Desde que tengo uso de razón me sentí atraído por los parques de atracciones o cualquier reciento de ocio que tuviera atracciones mecánicas. Todavía en carricoche las luces de la feria y el vaivén de las góndolas absorbían la mirada. Más tarde descubrí lo que era viajar a universos temáticos paralelos con lenguaje propio cuando mis padres me llevaron por primera vez a Terra Mítica antes incluso de comenzar preescolar. Fue ese el momento cuando mi padre, programador informático, puso a mi disposición su ordenador portátil para comenzar a explorar las páginas web de los parques temáticos españoles. Comencé viendo fotos, asombrado, de ese Terra Mítica que ya conocía. Más tarde, webs como PKTK o Achús! se encargaron de hacerme saber que habían más parques como ese repartidos por toda la península. No tardé en dominar así las webs y todo el catálogo de rides de parques como PortAventura, Parque Warner o Isla Mágica. Todo sobre las rodillas de mi padre, que bajo mis órdenes me llevaba de viaje por la red. Posteriormente vinieron los videos on ride de todo tipo de atracciones en YouTube. Y cuando ya sabía navegar por mi cuenta, descubrí los foros y las páginas web especializadas, donde gente que tenía mi misma pasión se daba cita.

Aún así, yo siempre lo vi todo desde la barrera, como si fuera un gran decorado del que yo no formaba parte. Era muy pequeño y alcanzar esas alturas de infarto se me antojaba algo "de mayores" y que jamás me atrevería a probar. Tampoco contaba con seguir visitando otros muchos parques, al menos de momento. Sabía que solo podía aspirar a convencer a mis padres a que me llevaran a descubrir el Parque Warner o PortAventura. Quizá Disneyland para regalo de comunión. Pero claro, me daba miedo el avión. Así es como fui creciendo, superando etapas vitales y curtiéndome cada vez más en algo que yo no era capaz de experimentar. Podría reconocer prácticamente cualquier montaña rusa sobre la faz de la Tierra con un solo fotograma, pero no atreverme a subirme a una. Fue esa sensación de miedo constante la que me frenaba a disfrutar. Muchas veces usamos el término "superar tus límites", pero no me gusta emplearlo aquí. Muchas veces superar límites significa (o tenemos asociado) el sacrificio o el sufrimiento. Para mí superar límites puede ser aplicable al deporte o a las ciencias, pero no a algo tan liviano y disfrutable como es subir a una montaña rusa, cosa que he aprendido con tiempo.

Mi primera visita a PortAventura fue con solo 5 años. Los on ride de YouTube no reflejaban los botes, vibraciones y el relativo gran drop inicial de Tomahawk, lo que me llevó a coger una fobia irracional a seguir probando otras montañas rusas en el resto del viaje así como durante muchos años. En mi primera visita a Disneyland París, con 13 años, montarme en Big Thunder Mountain fue un gran hito, algo que no hubiera estado contemplado en ninguno de mis esquemas. Acabé disfrutándolo y pidiendo más, aún sabiendo que la distancia que me separaba de las atracciones "de mayores" era muy grande, inabarcable. En mi viaje de fin de curso de 2º de Bachillerato, con 17 años, montarme por primera vez en atracciones como Correcaminos Bip Bip, Río Bravo o Cataratas Salvajes fue como una auténtica revelación para mí, hecho que a día de hoy y desde la distancia me parece genuinamente tierno. La cosa más o menos siguió por esos derroteros durante unos años, hasta que en el año 2022 monté en Stampida, mi primera montaña rusa catalogada como fuerte. Dos años después le tocaría el turno de Furius Baco, que por alguna extraña razón me parecía infinitamente y aparentemente menos intimidante que Dragon Khan o Shambhala. Me encantó, pero volar a lomos del mítico dragón y adentrarme en una expedición al Himalaya me parecían palabras mayores.



Me estaba desbloqueando, pero aún sentía que habían límites mentales que no me estaban dejando disfrutar de uno de los mayores tesoros de mi pasión al 100%. Siempre se repetía el mismo patrón. Mitificaba mucho cada montaña rusa la cual me proponía sería mi siguiente paso. Me obsesionaba con lo insoportables y traumáticas que serían las sensaciones que me producirían. Me daba miedo probar cosas que frenasen mi proceso y me llevaran a un retroceso. Finalmente, reunía el valor para afrontar esos miedos y acababa disfrutando de la experiencia. ¿El problema? Que una vez conquistada una nueva montaña rusa quitaba importancia al miedo que me producía y me convencía que la siguiente de la lista sería mucho peor y realmente inabarcable. Los retos, una vez superados, parecen mucho más fáciles de lo que un día fueron. No es algo voluntario, es inherente a la psicología del ser humano.

Me estaba costando mucho reconocerme. Siempre había predicado que relacionar el amor a los parques temáticos con la capacidad de disfrutar de grandes velocidades y alturas de infarto podía ser algo incompatible. No reniego de ello, puesto que durante casi veinte años he sido capaz de ver en la capacidad de contar historias de los parques, sin importar las sensaciones físicas que indujeran, mi gran salvavidas. Sin embargo, estaba descubriendo que eso de lo que los demás hablaban era cierto. Las montañas rusas son maravillosas y algo inherente al fandom, aunque existan otros muchos componentes que construyen esta gran afición que formamos.

Jueves 26 de junio de 2025

Estaba a los pies del majestuoso Dragon Khan. Esa bestia de acero con 30 años de vida a sus espaldas que tras su inauguración se convirtió en icono de todo un país y una de las principales razones por las que PortAventura sea hoy en día lo que es. Muchos flashes, muchas especulaciones populares, un mito demasiado inalcanzable para tocarlo con mis manos. Algunos dicen que es muy intenso, ¿podré soportarlo? Son 8 inversiones... Ya pude saber lo que era la sensación de un looping vertical el pasado enero en Indiana Jones Et Le Temple Du Peril pero, ¿no serán 8 demasiadas inversiones? ¿Y si aquí la sensación es diferente? No puede ser que siendo tan imponentes desde fuera la sensación sea únicamente lo que viví en París. ¿Y podré ver los elementos que vienen a continuación con las cabezas de los de delante? ¿Y será cierto eso de que es muy brusca y vibra mucho debido a su antigüedad?

Mis niñes

Como veis, eran muchas las preguntas que rondaban por mi cabeza, hecha un lío. Ya había hecho un amago de subirme a la coaster en mi anterior visita al parque con mi madre, allá por el mes de abril. Sin embargo; su negativa a subir a acompañarme y mi poca predisposición me hicieron guardarme el cartucho para otra vez. Esta vez tenía como comodines a Miri y Andrés, mis acompañantes al viaje y grandes amigos con los que tengo una confianza increíble. Además también estaba Thiago, persona la cual si habéis leído alguna otra review de Perdidos En La Odisea seguro etiquetáis automáticamente como recurrente y mi bestie parquerista. Ellos tres me apoyaron en todo momento a hacerlo, me hicieron sentir que estaban conmigo y que lo superaríamos juntos. Me metí en la cola, que apenas llegaba a los diez minutos, sin ser consciente de que realmente iba a hacerlo. Llegó el momento de la pre carga. Me decía a mí mismo "bah ahora si eso te sales por la salida, no pasa nada". Encadené una acción con otra casi de forma involuntaria, con la mente en blanco y al momento ya estaba con el arnés cerrado en uno de los asientos exteriores lado derecho fila central, posando con la misma cara que Lolita dentro de la columna de la estación de Renfe para una foto que me estaba haciendo Miri desde el andén. 

    Si es que quepo


El tren salió y tras la curva derecha comenzó a escalar el lifthill. Ni la altura ni el primer drop me preocupaban. Parecían minúsculos en comparación de la monstruosa Shambhala, la cual sí me parecía completamente inalcanzable. Ir con todo el cuerpo desde la cintura hacia arriba sin protección, por más que la razón me diga que es absolutamente seguro, resultaba muy aterrador. Es una reacción psicológica donde el razonamiento o el empirismo no tienen cabida. Lo mismo que cuando intentas ponerte una lentilla por primera vez y la reacción instintiva de los párpados es cerrarse, poco puede hacer el convencimiento interno de uno de que ese cuerpo extraño que se aproxima al globo ocular lo hace premeditadamente y con fines positivos. Desde esa perspectiva hasta me sentía afortunado de estar bajo la seguridad de los recios arneses de Dragon Khan y no escalando el inclinadísimo lifthill de Shambhala con un lapbar casi imperceptible camino a un abismo casi vertical. 

Llegamos arriba y la sensación del primer drop fue sensacional. Con la adrenalina a tope ya estaba hasta expectante por saber cómo se sentiría el que en su día fue el mayor looping vertical del mundo. 3, 2, 1... boca abajo. No era una sensación desagradable. Simplemente parecía que el track continuaba además de inducir una agradable sensación de flotación y calma en su parte más alta. Y posteriormente vino otra inversión, y después otra y así hasta completar las 8. No me pareció dura en absoluto, ni siquiera intensa... Allí arriba sentía estímulos, pero calma a la vez. En la recta de llegada a la estación, mientras explotaba en un sonoro aplauso, hubiera deseado teletransportarme de inmediato en el primer drop y volver a empezar de nuevo sin ningún tipo de descanso. Ese primer lanzamiento de Furius Baco, al que ya me había acostumbrado sobremanera desde mi primera incursión el año pasado, resultaba mucho más intenso que cualquier momento de Dragon Khan.



Tampoco me pareció dura e inservible como muchos dicen. Probablemente las cuestiones logísticas y técnicas sean otro cantar (30 años de trote pasan factura a un producto aunque esas costuras sean invisibles desde el exterior) y no se pueda alargar mucho más la vida útil del mastodonte de acero, pero desde el punto de vista de un pasajero eso se disimula bien. El magnífico trabajo del área de mantenimiento del parque hizo que los viajes que me dio fueran placenteros, suaves e inolvidables. Dragon Khan debería recibir un Nemesis treatment cuando alargar su vida sea insostenible. Retrack pieza a pieza para que veamos el renacer de un icono al que le quedan muchos años más de vuelo hasta que deje de ser merecedora de un hueco en el imaginario colectivo de todo un país.

Posteriormente en el viaje vinieron muchas más riddeadas. Al contrario que con Furius Baco (o como veremos más adelante con Shambhala) ridear Dragon Khan no me infunda ya ningún tipo de respeto o nervios preliminares. Cierro el arnés con fuerza sabiendo que va a ser un goce desde principio a fin. Furius Baco consigue soltar grandes dosis de adrenalina para mis adentros, pero la tensión de la aceleración, los cabezazos y vibraciones me tienen en tensión hasta que estoy en plena acción. De todas formas, ahora que soy consumidor activo de grandes montañas rusas, debo confesar que me pasma la prescriptividad conclusa y cerrada con la que muchos fans tratan a las montañas rusas. Si tiene vibraciones no vale. Si tiene airtime vale, sino no vale. Estoy de acuerdo con que hay muchas ligas de juego dentro del universo de montañas rusas. A mí me falta ver más mundo y curtirme para convertirme en un catador experto y diferenciar todas esas sensaciones y parámetros con las que juegan a la hora de ser valoradas. No niego que me considero un usuario con un gran paladar para multitud de aspectos a la hora de valorar un parque. tengo un ojo muy fino, crítico y que sabe ver más allá de la superficie para aspectos tales como la atención al visitante, la inmersión, coherencia temática, estrategias de comunicación, dirección artística etc pero redactar una opinión de calidad de una montaña rusa es para mí meterme en camisas de once varas. Sin embargo, desde la inocencia del principiante, diré que toda montaña rusa es buena per se para mí. Las hay mejores y peores, pero de todas consigo extraer una necesaria sensación de libertad y adrenalina.

Posteriormente y tras probar Shambhala, comprendería como dos montañas rusas son capaces de proveer experiencias tan diferentes entre sí con sensaciones radicalmente opuestas y complementarias.

Y con esto y un bizcocho... Ah, ¿que hay más?

Seguimos para bingo con Shambhala. Yo prometí por activa y por pasiva que única y exclusivamente estaría en la cola de paquete para tener algo de conversación y acompañar al grupo en su rideada. En los cuarenta minutos de fila y mientras mi psique estaba en modo "no hay amenazas" hasta dio tiempo a jugar al Adivina Qué Soy (el equivalente de las citas en La Tagliatella para las parejas básicas de heteros pero como entretenimiento en las colas de los parques) donde Thiago y yo dimos una paliza al resto del grupo adivinando países con referencias distópicas de Eurovisión. Finalmente llegamos al pasillo de entrada a la estación y entre la adrenalina por las nubes que tenía del viaje a Dragon Khan que me impulsaba a ir a por más (esto no se lo conté a nadie y hasta a mi propio subconsciente le daba reparos admitirlo) y lo a gusto que me sentía compartiendo esas experiencias con el resto del grupo, decidí que no iba a haber momento mejor para hacerlo que ese. 

Sí, sí, tú sonríe, que no sabes la que te espera....

Despojado de mis gafas y con la mayor sensación de vulnerabilidad de las que recuerdo últimamente, enfilamos el empinadísimo lifthill. Dentro de mí había hambre de desmitificarla, como mis adentros sabían que sucedería después de probarla. Sin embargo, era demasiado imponente como para resultar agradable. Demasiada velocidad, demasiada altura, demasiada inclinación en ese primer drop mortal, demasiada intensidad. De las cosas que más me motivaban a probarla era el momento splash que tantas veces había visto desde el lago de la tremendamente mal ejecutad área de Nepal. Ese drop tan limpio seguido de los efectos de agua debía de ser uno de los momentos de mayor liberación y empoderamiento para aquel que tuviera la suerte de vivirlo. Pena la primera parte de coaster, mucho más inaccesible y traumática según mi criterio irracional.

Ese día era distinto, iba a poder probarlo todo de principio a fin. Ese día por alguna extraña razón esa estratosférica altura no se me antojaba tan inalcanzable. Esa inclinación del primer drop me parecía más bien un recurso estético que una sensación real. Se me vino a la cabeza 2012, el año cuando llegó esa segunda gran bestia de acero que destronó a Dragon Khan como la protagonista del skyline del parque. Al lado de su altura y dimensiones la furia del dragón parecía casi un juego de niños, el segundo plato... Pero a la vez sus dos cuerpos entrelazándose dejaban una estampa como pocas y que a muchos se nos ha quedado en la retina. Yo mismo fui testigo de la época en la que Shambhala era todavía un mito. Corría enero de 2012. Yo tenía solo 8 años y era mi segunda vez en el parque. Recuerdo esos carteles temáticos anunciando la nueva aventura que estaba a punto de llegar al parque y que prometía llevar a los visitantes a bordo de una expedición al Himalaya. También recuerdo esos primeros anuncios de la tele, que orientaban la atracción como una montaña rusa extrañamente familiar, involucrando a niños de no demasiada edad con sus padres en un vaivén por unas cordilleras nevadas subidos a bordo de un tren.



Finalmente resultó ser una hypercoaster de B&M, la misma manufacturadora de Dragon Khan, que rápidamente hizo el chocho PepsiCola a todos los parqueristas del país. Los del resto de Europa no tardaron en posicionarla también como de las mejores montañas rusas del continente y una clara mejoría de Silver Star de Europa Park, en el punto de mira para muchos cuando se anunció el modelo. Un primer drop de casi 80 metros de altura con efecto de choque bajo tierra, un primer camel diseñado ex profeso para crear de los mejores airtimes que un ser humano jamás ha podido experimentar, un curioso elemento que aparentaba falsamente ponerte de cabeza, un ejector muy bestia, un splash y otros tantos camelbacks eran sus armas para conquistar al público. Y vaya si lo hizo.



Yo estaba hacia la mitad del tren, en una de las filas con los asientos juntos. El mío estaba en la parte izquierda, la de la barandilla del lifthill, lo que me daba un plus de seguridad dentro de la vulnerabilidad del momento. Cuando llegué a la cima me preparé para lo peor, agarrándome con fuerza para la cáida que estaba por llegar. Sorprendentemente, apenas fue perceptible para los esquemas que llevaba preconcebidos y al abrir los ojos ya estaba surcando los cielos con una ceremoniosa lentitud en el primer camelback. Era como estar volando. Otro drop me sacó de la ensoñación y me llevó a encarar el ampersand o doble hélice, un elemento que me desconcertó y fascinó a partes iguales, capaz de desorientarme a la vez que temer por si mi cabeza chocaba con uno de los soportes de la coaster. Posteriormente, un pequeño y aparentemente inofensivo camel me sorprendió levantándome con fuerza del asiento. Posteriormente entendería que eso era uno de los famoso ejectors de los que tanta gente hablaba en el gremio de las montañas rusas.


¡Y ya estaba allí! Tras una limpia y puntiaguda caída el splash tenía que estallar, mojándome al paso del tren en un curioso éxtasis. Pero no... No llegó, estaba desactivado, por primera vez de todas las veces que he pisado el parque con la coaster abierta. Como dijo alguna vez Cayetana Álvarez de Toledo "No te lo perdonaré jamás PortAventura. Jamás". Seguimos serpenteando entre camelbacks que no dejaban de sorprenderme por su agradable intensidad y suavidad pese a que parecía que el pescado ya estaba vendido. Hasta el pequeño pero matón drop curvo tras la sección de bloqueo me pareció ciertamente estimulante. Así con todo ya estábamos en la recta de frenado, donde todo el tren estallamos una vez más en sonoros aplausos. 



Después de esta vinieron más Shambhalas en el viaje. Aún con todo, su gran altura y desprotección hacen que me sigan entrando mariposillas antes de montarme en ella y que para ello tenga que gastar cierta energía mental y emocional. Sin embaego; siempre acaba mereciendo la pena. Tratar de quedarme con una de las dos coasters es tarea imposible. Cada una ofrece sensaciones completamente complementarias. Mientras Dragon Khan ofrece ceremoniosidad controlada sin descanso con una intensidad perfectamente medida y una historia fascinante, Shambhala ofrece una máquina de hacer air times como churros y algo más de variedad de momentos durante su recorrido, aunque sin ese punto de gamberrismo controlado o locura que tanto adoro de su ahora hermana pequeña.

Sea como sea, descubrí en estas dos montañas rusas que a partir de ahora los límites están en mi cabeza y que seré capaz de disfrutar de esta pasión de forma plena como ya he visto a otros muchos hacerlo por mí durante años. Me faltó lanzarme con Hurakan Condor, pero ya conozco lo que es la sensación de caída libre con otros ejemplares de menor altura y no es nada que resulte especialmente de mi interés. Me deja mal cuerpo y es hasta desagradable e inocuo.

El Diablo Oreos Del Lidl, Templo Del Fuego, Fiestaventura...

Por el resto del viaje a PortAventura no tengo mucho más nuevo que comentaros. En stories de Instagram estuve poniendo hace cosa de un mes las sensaciones que nos dejó el parque dentro del delicado contexto de inmovilismo que está atravesando en estos momentos. Nos quedamos especialmente asombrados con la calidad humana de los trabajadores de prácticamente todas las áreas. El amor que sienten por su trabajo y el mimo con el que tratan al cliente dentro de la turbulencia de las aguas son dignos de admirar. También tuve la oportunidad de ver por primera vez en mi vida el famoso hasta la saciedad Fiestaventura, un show nocturno espectacular herencia de la era dorada Universal que ya tiene unos 25 años de antigüedad. Es asombroso como tantos años después sigue utilizando recursos de una forma más ingeniosa, original y con buen gusto que muchos shows que nacen en el seno del contexto de 2025. Aún así, como visitante externo e imparcial considero que es delito que con la base tan sólida que tiene el show el parque no haya invertido aún en relanzarlo con una secuela mucho más potente y que use recursos que hace 25 años no estaban disponibles y que lo haga lucir mucho más. Y no señores, una flota de drones no es ese tipo de recursos.

El momento más emocionante de Fiestaventura

El birtday parade resultó ser agradable y visualmente bien resuelto. Es incomprensible el tiempo que ha tenido que transcurrir para la renovación del desfile


También lancé una reflexión sobre la acogida que sentí por parte de la comunidad de fans de PortAventura, de la que me siento cada vez más parte pese a vivir a 6 horas en tren de distancia. Aunque no lo es por antonomasia, siento cada vez más a PortAventura como mi home park, aunque sea de manera moral. Especialmente ahora que soy usuario del pase Discoverer, mi primer pase después de que en 2013 mi familia decidiese no renovar el pase de temporada de Terra Mítica, tengo una vinculación más directa y sentido de pertenencia con el parque y con su gente. Gracias de corazón a esos seguidores que se interesaron por saludarme cuando vierto por stories que estaba en el parque. Gracias a todos los que leen con interés mis propuestas de mejora para el parque y mi visión pese a ser una mirada externa. Cada vez que voy, cada vez con más asiduidad, siento libertad.

La Cantina es en mi opinión de los lugares con mejor relación calidad-precio-experiencia-coherencia temática de todo el resort. El engranaje operativo del restaurante está espectacularmente organizado


También volví a subir en el Templo Del Fuego por primera vez desde hace muchos años. He perdido la cuenta cuantos pero diría que 2018, la última vez que visité el parque en verano. Las colas consiguieron ponerme los pelos de punta, transportándome de lleno al corazón de una selva gracias a la deliberadamente descuidada maleza que arropaba las pasarelas. ¿El show? Sigue mereciendo la pena por sus últimos 20 segundos y es un valioso legado de la marca Universal. La verosimilitud temática está fuera de este mundo y es difícil seguir viendo experiencias tan orgánicas. Sin embargo, al igual que Fiestaventura creo que necesita cariño y un par de vueltas en según que aspectos, y no me refiero especialmente a lo técnico, que tantos reproches ha recibido siempre. El guión del pre show y la duración merecen aire fresco y nuevos recursos. No puede ser que desde el año 2001 todo continúe inmutable. 

Finalmente, también tuve la oportunidad de probar El Diablo Neo. Un poco en contra de mi voluntad y arrastrado por la entrada gratis que me confería el parque por mi condición de Discoverer. Aunque tenéis en redes mi opinión completa y no quiero extenderme demasiado, lo resumiría como un pegote innecesario mal ejecutado y sin alma que lo tendrá difícil para continuar más de un par de temporadas seguidas, si es que llega. De forma no irónica la tecnología de la realidad mixta se me antoja mucho más estimulante y realista que el catastrófico VR, al menos en las prestaciones que actualmente conocemos. Sin embargo, elaborar un producto sin ningún tipo de trasfondo narrativo y con la calidad gráfica que se presentó no tiene ningún sentido. Es una experiencia carente de narrativa y sentido alguno.





Y aquí os dejo exploradores. Listo para preparar muchas más aventuras en las que espero me acompañéis. ¡Espero que hayáis pasado un Roller Coaster Day sensacional!