Todavía recuerdo con mucho cariño e ilusión el año en el que Eurovisión se convirtió en una parte inseparable de mi vida. Corría la edición de 2018. Aunque yo ya había coqueteado con el festival y las preselecciones españolas como espectador ocasional desde hacia bastantes años atrás, fue con el boom de OT 2017 cuando me enganché hasta las trancas del certamen europeo. La capacidad de Eurovisión de unir a todo un continente tras la pantalla del televisor a través de algo tan bonito como es la música y el arte me parecía sencillamente sensacional.
Pronto reparé en que Eurovisión era mucho más que música. Muchas disciplinas que sin yo saberlo siempre habían estado latentes dentro de mí florecieron conforme me fui adentrando más y más en las dinámicas del festival. Realización televisiva, relaciones internacionales, comunicación, dirección escénica, efectos especiales... Son muchos los componentes para que los engranajes del festival y su liturgia funcionen a la perfección y se reciclen año tras año. Descubrí también que Eurovisión era mucho más que una noche al año y que había mucha gente que compartía esa misma pasión eurovisiva.
Eurovisión: diversidad, paz, aceptación y diálogo
Otra cosa que sin duda me enamoró del festival fueron sus férreos valores. El innegable carácter geopolítico del festival nunca impidió que voces disidentes, libres y diversas subieran al escenario de Eurovisión. Un escenario que servía de espacio seguro para los colectivos minoritarios e invisibilizados. En definitiva, un lugar que llevaba la paz, el diálogo y la aceptación por bandera. Ese mismo año los comentaristas de la televisión pública china fueron expulsados del Altice Arena de Lisboa.
En la retransmisión de la primera semifinal la corporación había censurado tatuajes corporales de algunos representantes y la actuación irlandesa, que mostraba a dos bailarines interpretando a una pareja gay sobre el escenario. La Unión Europea de Radiodifusión podría haber mirado hacia otro lado, pues eran muchos los intereses económicos detrás del acuerdo con la televisión china para la retransmisión de Eurovisión. Sin embargo, la UER decidió salvaguardar los valores y la imagen del festival, escenario que parece impensable casi ocho años después.
Incongruencias, hipocresía y falta de coherencia con Rusia e Israel
Desde la ofensiva israelí en la Franja de Gaza el pasado 7 de octubre de 2023 como consecuencia de los atentados de Hamás son muchas las voces que han pedido la exclusión de Israel en la competición. Una operación militar, recordemos, ya considerada como genocidio por reconocidas organizaciones internacionales. Una invasión que ha quebrantado multitud de derechos humanos y dejado sin vida a miles de civiles, incluyendo niños. El ejército israelí ha dejado sin hogar a gazatíes inocentes, controlando su movimiento, bombardeando hospitales, impidiendo el baño o la pesca o la entrada de ayuda humanitaria. Mientras tanto, en la Cisjordania ocupada se intensifican los ataques a colonos y el yugo del ejército israelí sobre la población local.
No era para menos, cuando estalló la guerra de Rusia con Ucrania rápidamente las televisiones rusas fueron excluidas de la competición. Ahí no se contempló la posibilidad de que los artistas rusos que actuaban sobre el escenario de Eurovisión no estuvieran alineados con las ideas del Kremlin. Tampoco se cuestionaba que las televisiones públicas rusas no estuvieran al servicio de Putin. Los países nórdicos no tardaron en iniciar un boicot que rápidamente fulminó toda presencia rusa en el festival. Tanto que ni siquiera las Gemelas Tolmachevy, ganadoras rusas de Eurovisión Junior 2006, fueron excluidas de la lista de artistas invitados por el veinte aniversario del festival en Ereván.
Puede que fuera la falta de similitudes culturales con la todopoderosa occidente con la esfera exsoviética o la carencia de intereses geopolíticos y económicos con Rusia (cosa que sí existe con Israel) las que catapultaron por esa decisión tan acertada como hipócrita vista con la mirada de hoy en día.
La votación de la vergüenza, hoy desde Ginebra
Hoy se realizará desde la sede de la Unión Europea de Radiodifusión en Ginebra una votación agónica que pondrá en jaque lo poco que le queda de imagen al Festival de Eurovisión. Un festival sin rumbo, vendido y podrido por intereses económicos. Un festival que se jacta de ser organizado por televisiones públicas para garantizar su continuidad, libertad ideología o carencia de intereses económicos que podrían poner en jaque su continuidad. La llamada "votación de la vergüenza" es el enésimo intento burdo de la UER por justificar la presencia inexplicable de un país genocida en Eurovisión, cuando después de dos ediciones de silencio cómplice (entre el mío propio) esta participación es inasumible desde las nociones básicas del sentido común.
Soy el primero que defiende que los gobiernos nacionales y sus actos no pueden ser "endosados" a su población, muchas veces disidente, con las manos atadas o presa de informaciones sesgadas. Puedo defender así la participación en Eurovisión de televisiones públicas de países en conflicto o con regímenes políticos no democráticos. Eurovisión es un evento de diálogo, intercambio cultural y entendimiento. Sin embargo; cuando se ningunean los valores y normas del festival como lleva haciendo la televisión israelí KAN durante dos ediciones la cosa cambia. No pueden formar parte de nuestro festival. No tienen derecho a quitárnoslo y a usarlo como escaparate de su agenda a su antojo, moldeando las votaciones con campañas gubernamentales sionistas para virar el relato y la narrativa ideológica del conflicto.
Las voces disidentes: cada vez más silenciadas
Tampoco se debería consentir, y esto es un tirón de orejas a la propia organización del festival, que se repriman y silencien voces críticas con la presencia de un país en Eurovisión. Silenciando abucheos, prohibiendo banderas contrarias al ideario sionista, o incluso a la fuera. Probablemente estén untados de aceite (marroquí, por cierto). Tampoco se puede consentir que la delegación israelí campe a sus anchas por el backstage del festival generando fricciones, amenazando a periodistas y personal de otras televisiones, como si fuera el patio de un colegio. Si esto lo hubiera hecho cualquier otro país, ya habrían sido expulsados de la competición.
Y no nos engañemos, más allá de Eurovisión, la televisión pública israelí KAN ha perdido cualquier condición de eligibilidad para formar parte de la Unión Europea de Radiodifusión. No son para nada ese ente indefenso, adorable y disidente con Benjamin Netanyahu que la UER nos ha hecho creer por activa y por pasiva. Sus comentaristas del festival hacen una narración directamente indignante y vomitiva. Sus redes sociales cuelgan reels firmando misiles que posteriormente serán usados para quitar vidas de civiles. Sus estrategias de Eurovisión pasan a ser tratadas como asuntos de estado y a manos del Departamento de Comunicación del gobierno israelí central. No sé dónde ven ellos la independencia y el pluralismo de voces, porque yo veo una televisión pública al nivel de la rusa o a la de otros estados no democráticos.
¿Formar parte del lado correcto de la historia o regalar el festival?
Con todo, Irlanda, Eslovenia, Países Bajos, España e Islandia han dicho basta y han anunciado que si Israel está no formarán parte del festival de la vergüenza. Un festival devaluado, moribundo y que prefiere tirar a la borda la imagen y valores construidos durante décadas por salvarle el culo a un país por puros intereses económicos y políticos. Estos países harán lo correcto si se quedan en el lado correcto de la historia en lugar de ser una rueda más del engranaje de los tejemanejes del gobierno israelí. No se trata de construir Eurovisión desde dentro, sino de no se cómplices de algo que ya está podrido.
En verano, con el clima revuelto por los últimos hechos en Gaza, la UER hizo una triquiñuela por postergar la votación hasta diciembre. Tras un alto el fuego que ya se ha demostrado puro papel mojado, muchas voces seguirán usando este argumento para justificar la presencia de Israel en la competición. Nada tiene ni pies ni cabeza. Puede de hecho que ni siquiera esa votación llegue a celebrarse. Es todo absolutamente surrealista.
Salvo un inesperado giro de acontecimientos que recomponga las piezas de ese bochornoso capítulo, no me interesará para nada hablar de Eurovisión hasta que esto se solucione. Los que hemos amado este concurso nos merecemos más.





